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El Louvre, el museo más famoso del mundo, cerró sus puertas. ¿La razón? No fue una amenaza externa, sino algo más profundo: su propio personal colapsado por las multitudes, la falta de recursos y las condiciones de trabajo insostenibles.
Miles de turistas quedaron varados bajo la icónica pirámide de vidrio sin explicación clara. El personal del museo, desde guías hasta agentes de seguridad, decidió no ocupar sus puestos en una protesta espontánea que refleja el grito silencioso de muchos espacios culturales en crisis por el sobreturismo.
Con más de 8 millones de visitantes al año, el Louvre enfrenta problemas de infraestructura, calor sofocante, y un tráfico peatonal que ya no puede manejar. Las reformas prometidas por el presidente Emmanuel Macron llegarán en 2031. Pero los trabajadores dicen que la presión es ahora.
El museo se ha vuelto una maratón de selfies, empujones y calor, donde el arte queda en segundo plano.
Mientras tanto, el personal del Louvre recuerda algo importante: no solo se trata de proteger el arte, sino de cuidar a quienes lo hacen posible.
La directora del museo, Laurence des Cars, la primera mujer en gobernar esta institución en 230 años, había enviado días antes una carta a la ministra de Cultura, Rachida Dati. En el documento, que era privado y confidencial, hablaba de un panorama de extrema decadencia: goteras, mala conservación de las obras de arte, deterioro de un edificio “vetusto” y, sobre todo, una experiencia insatisfactoria para los visitantes.
La última gran reforma del Louvre se produjo a mediados de los años 80, cuando el presidente socialista François Mitterrand ocupaba el Palacio de Elíseo.
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